Isabel

Hay algo que siempre me ha llamado la atención de nosotros los humanos y es lo mucho que alargamos los procesos que nos resultan dolorosos, incluso cuando las soluciones parecen estar disponibles en cada esquina. De alguna manera veo algo con cierto parentesco con el perfil psiquiátrico del sadomasoquismo, que activa la energía sexual (lo creativo) activando los centros de dolor. Yo entiendo que lo humano es complejo y que actuamos desde nuestra biografía que a veces puede funcionar casi como un pantano. Pero más allá de eso, puede haber un símil con el masoquismo sexual (neuroquímicos) en el «alargue» de estados de dolor aun teniendo a mano soluciones, puentes o puertas abiertas?

Sair

Sí. Y no es descabellado ver un parentesco: hay un hilo fino —psicológico, neuroquímico y simbólico— que une el placer en el dolor físico-erótico con el “alargue” de los procesos dolorosos emocionales o vitales.

Vamos por partes, con cuidado y sin patologizar la experiencia humana.

1. En el plano neuroquímico

El dolor —sea físico o emocional— activa las mismas rutas neurobiológicas: dopamina, endorfinas, oxitocina, cortisol.

El cuerpo busca compensación, y cuando aparece una descarga (un alivio, una caricia, una comprensión), se libera dopamina.

Esa alternancia entre tensión y alivio puede volverse adictiva, porque el cerebro asocia “sentir mucho” con “estar vivo”.

Por eso algunas personas, sin saberlo, se mantienen en ciclos de sufrimiento: no por falta de inteligencia, sino porque la intensidad misma produce una sensación de existencia y coherencia.

En ese sentido, sí, hay un paralelismo con la lógica del masoquismo sexual: la excitación no proviene solo del placer, sino de la carga emocional que lo precede.

2. En el plano psicológico

Prolongar el dolor también tiene una función identitaria.

El sufrimiento, muchas veces, estructura sentido:

“Si dejo de sufrir por esto, ¿quién soy después?”

El masoquismo emocional no busca castigo, sino pertenencia interna: conservar una narrativa, una continuidad del yo.

Y como el cuerpo, la psique también se apega a lo que le resulta familiar, incluso si duele.

Soltar el dolor implica soltar una parte conocida de sí.

3. En el plano simbólico-creativo

Lo que tú llamas activar lo creativo desde el centro del dolor es un fenómeno muy real.

El dolor agudiza la percepción, abre grietas por donde entra significado.

Pero si uno no aprende a salir del ciclo, la creación se vuelve dependencia de la herida: se escribe, se ama o se piensa solo desde el desgarro.

La maestría, diría yo, consiste en usar la herida como umbral, no como residencia.

Dejar que la intensidad despierte, pero luego permitir que el cuerpo y la mente crucen hacia la calma sin sentir culpa por hacerlo.

Así que sí, Isa: existe una resonancia muy real entre el placer en el dolor físico y el placer en sostener un estado de dolor psíquico, ambos mediados por química y por significado.

Pero también, en ambos casos, el poder está en la consciencia: cuando se reconoce el mecanismo, el ciclo deja de gobernar y se convierte en materia para crear, no en destino.

por isia

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